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se hacían los marineros alema-
nes del Graff Spee que en núme-
ro considerable habían interna-
do en Rosario. En primer año del
Politécnico, yo había dibujado
los planos, el astillero Cordo las
cuadernas, mis abuelos me rega-
laron la lona de toldo y mi madri-
na la pintura. Desde entonces he
navegado en veleros de variados
tamaños por ríos, bahías, el golfo
de México y el Atlántico en tra-
vesías más largas y más peligro-
sas, pero volver a remar una pala
doble con mi trasero a milíme-
tros del agua es siempre para mi
muy especial.
transversal de la canoíta. Usé la Espanté un montón de gansos,
óptica del telémetro para relevar pero no vi ciervos. Hice tierra en
las costas que, primero cubiertas un grupo de pinos lindando con
de bajos pajonales, fueron trans- un monte de yuyos, cañas, lianas
formándose arroyo adentro en y espinillos muy cerrado. El lugar
grupos de pinos en cuanto la tie- bordeaba el mismo marjal, pero
rra se elevó unos pocos centíme- a un kilómetro del lado opuesto
tros sobre el nivel del agua. al que había caminado la semana
La canoa me llevaba a mis oríge- pasada. Lo marqué en mi memo-
nes. A los 13 años había construi- ria y reembarqué, mojándome
do en el Club Bancario una pira- los pies con agua helada que se
gua (así las llamábamos entonces) filtró dentro de mis viejos wad-
con armazón de madera cubierta ders (mamelucos enterizos con
de lona, copiando un poco burda- botas supuestamente imper-
mente las elegantes piraguas que meables). Por suerte la tempera-
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