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CAZA MAYOR
asustando unos loros que había durmiendo en una
palma ahí cerca… y después, silencio absoluto.
Con las órdenes estrictas de Julio de NO ACER-
CARNOS al cebadero ni ir a comprobar si hay ras-
tros o lo que fuera, viendo que no íbamos a saber
qué pasó hasta que al otro día Víctor y Julio ven-
gan al lugar, decidimos armar las mochilas y pegar
la vuelta al campamento donde nos esperaba un
fogón encendido y unos fernet bien helados para
recuperar el espíritu y sacar por vez número 20
mil, conclusiones acerca de lo vivido.
Una casa sencilla con todas las comodidades. Nos fuimos a dormir pero ansiosos por saber qué
había sido de nuestra presa y de los otros cazado-
res, que fueron poco a poco cayendo a dormir en
el transcurso de la noche, salvo Gastón que deci-
dió quedarse de sol a sol en el apostadero y llegó
al otro día como a las 10. Para entonces, ya había-
mos ido a ver qué había pasado en nuestro ceba-
dero y apenas llegamos, tanto Julio como Víctor
me aseguran que el tiro ¡estaba pegado! (pensé
que lo dijeron para tranquilizarme, claro, después
pude ver en el tambor de 200 litros una mancha
enorme de sangre con pedazos de carne y hueso
incrustados) y unos 30 metros más allá estaba la
presa, una hembra de jabalí realmente espectacu-
lar y que festejé como un gol en una final… fue la
REVANCHA de la vez anterior que nos complicó la
lluvia, pero también lo fue de haber cometido ese
error fatal que seguramente alejó un buen padrillo
del cebadero, con el ruido que hice y, sin embargo,
y todo está bien, pero íntimamente sabés que la pude efectuar un disparo que para mí, fue todo un
presa estuvo a punto de caer y cometer su error. Y desafío.
en estos pensamientos estábamos, y ya calculando Lamentablemente el resto del grupo no tuvo tanta
si nos íbamos a turnar para dormir o cómo enfren- suerte, el único que vio algo fue el Vasco que filmó
taríamos larguísima noche por delante, cuando de
la nada misma, el sonajero (cebadero) empezó a
sonar! Encaro los binoculares y el bulto negro al
lado del tacho de 200 litros era inconfundible.
Había visto ese tambor unas setenta veces desde
que nos apostamos hasta esa hora, siempre igual,
siempre intacto, y ahora un bulto negro le daba
murra para sacarle el maíz de adentro y el bulto era
un chancho. Por las dudas, con el visor chequea-
mos y si, era un tremendo pedazo de jabalí más
grande que el tambor, al menos más alto, así que
muy despacio y en silencio, encaré el Marlin 30-06
con la Leupold VXR-3 a la que le encendí el retículo
para mayor nitidez, esperé que el animal me dé su
costado, encaré la paleta y ¡¡PUM!! milésimas de
segundos después advierto que el animal no que-
dó, pero ambos, Damián y yo, lo escuchamos irse
rompiendo y luego como que patalea o boquea, El cebadero donde pegó la bala.
30 AGOSTO 2023 Revista El Pato